domingo, 27 de mayo de 2012

Discurso de entrega de llaves

Prensa Libre
Fecha: 16 de septiembre de 1957
Año: VII No. 1905



ENTREGA DE LLAVES


     Peña Flores hizo entrega de las llaves del nuevo edificio de la biblioteca  al ministro de Educación Pública Baltasar Morales de la Cruz y, acto continuo, el presidente González López declaró inaugurado el edificio a nombre del gobierno.

Expresó el gobernante que la importancia de un centro como el que el sábado quedó inaugurado, es muy honda, ya que sus proyecciones van dirigidas hacia las raíces del pueblo y que por otro lado, su influencia tendría que ser beneficiosa, productiva y fecunda.

También el licenciado Ricardo Castañeda Paganini, director de la biblioteca nacional, expresó sus agradecimientos al gobierno por la conclusión de tan importante obra, e hizo a grandes rasgos un bosquejo histórico de las bibliotecas de Guatemala. Después de terminado el acto, el presidente interino y su comitiva visitaron las distintas instituciones.



DISCURSO DE ENTREGA DE LLAVES DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

Guatemala 14 de septiembre de 1957
11:00 A.M.

Al hacer entrega de la obra al Ministerio de Educación, el primer subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas, licenciado José Felipe Peña Flores pronunció el siguiente discurso:




Señoras y señores:


 A
l inaugurar este suntuoso edificio, cuya fachada de líneas rectas y armoniosas se eleva frente a la plaza principal de la ciudad, quiero referirme a dos aspectos que le atañen íntimamente, incidental uno, fundamentalmente el otro. Esta fábrica fue diseñada especialmente para instalar en ella a la Biblioteca Nacional es una,  de las pocas obras iniciadas por el Doctor Arévalo, abandonada por Árbenz y concluída por esta administración.

Una de las virtudes sobresalientes de nuestro malogrado jefe y amigo, el coronel Carlos Castillo Armas, sacrificado en la forma cobarde que todos conocemos y lamentamos fue no desdeñar ningún trabajo, ninguna ley, ningún propósito que se inspirara en el bien público y fuera concebido con el fin de prestar servicios a la colectividad. Las numerosas salas que hoy se abren y se ofrecen al pueblo, son el testimonio irrecusable del generoso espíritu constructivo que siempre animó al coronel Castillo Armas; quién pasará a la historia como el arquetipo del funcionario laborioso con plena conciencia de que gobernar es construir y enseñar.

Con estos antecedentes, nada tiene de extraño que en los primeros párrafos de nuestro discurso, evoquemos emocionados la memoria del ilustre mandatario desaparecido, quien puso tanto interés y cariño en la terminación de esta obra, que él consideraba de gran utilidad como una ventana abierta hacia la cultura.

Es indudable que una de las mayores y más graves preocupaciones del hombre prehistórico, fue conservar y transmitir la elemental explicación de ciertos fenómenos y la empírica solución de algunos problemas –frutos de la experiencia o del azar – varias veces perdidos por la infidelidad o la tradición oral, único medio de comunicarse. Estos granos de saber, estas gotas de conocimiento que fueron toda la ciencia de una época, pudieron conservarse y transmitirse como herencia preciosa de generación en generación, cuando el hombre inventó la escritura y supo esculpir piedra y grabar ladrillos, antecesores gloriosos del papiro y el pergamino, materiales sagrados donde los hombres dejaron constancia de sus observaciones y sus sueños.

Testimonio y mejor dicho recuerdo vivo de sus primeras páginas de historia, de ciencia o de cronología son los frescos pintados a la entrada del edificio; copias del Códice de Dresden y el Códice Tro – cortesiano donde nuestros abuelos mayas representativos de una raza vigorosa que supo crear en torno al maíz una cultura superior, dejaron en criptogramas no descifrados resumen de sus logros en diversas actividades disciplinadas.
Más tarde apareció el papel y como consecuencia material, el libro que vino a resolver en forma permanente el problema para difundir los conocimientos. Señalamos ya la función maravillosa del libro, que puede condesarse en una palabra: enseñar; pero esto es demasiado simple a lacónico, debemos agregar que las formas de la docencia son plurales y el libro contiene la mayoría; en él están las más ricas y variadas manifestaciones de la inteligencia humana; en él hay mensajes inéditos y especiales para todas la edades y todas la jerarquías; es página abierta a la cual podemos concurrir todos es el maestro sabio y bondadoso siempre dispuesto a repetir la lección; es el guardián insobornable de la cultura. El libro es la universidad del autodidacta, el consejero del docto, el amigo del solitario y el compañero del enfermo. Por su medio dialogamos con los espíritus más selectos de todos los tiempos, nos informamos de las inquietudes del presente y aún tenemos la visión de los que puede ser el porvenir.

La persona que no tiene relación cotidiana con libros, viven de espaldas a la cultura y se han privado, voluntariamente, de los goces más puros y delicados que puede disfrutar el hombre. En sus páginas, panorama de siglos, está proyectada la trayectoria de la humanidad desde la época de las cavernas hasta nuestros días. Mitos y leyendas, conquistas y fracasos, grandezas y miserias, todo está ahí, como testimonio de las flaquezas y heroísmo de la especie; y cuando el ente de carne y hueso no da la medida penosa o sublime, necesaria para representar de un determinado tipo, entonces el genio lo crea, mezclando al barro levadura humana y aparecen: Edipo, La Celestina, Tartufo, Hamlet o don Quijote…

Los libros escasos y por consiguiente caros, fueron en un principio privilegio de los poderosos, más tarde el poder público advirtió la conveniencia de las coleccionarlos y así nacieron las bibliotecas. La más antigua y famosa de la que tenemos noticia fue la de Alejandría, creada por Tolomeo Filadelfo 300 años antes de Cristo y destruida por el fanatismo de Omar en el siglo VII de nuestra era. En la edad media la cultura se refugió en los conventos y fueron monjes los guardianes celosos de los clásicos de la antigüedad; gracias a ellos llegaron hasta nosotros no pocas obras de escritores griegos y latinos.
Fue durante el brillante período del Renacimiento cuando surgió de nuevo el afán por coleccionar obras literarias; Pontífices y grandes señores italianos enviaron emisarios especiales a la búsqueda de libros y manuscritos; se contrataron numerosos amanuenses para copiar en los manuscritos los viejos apuntes y se pagaron espléndidamente las buenas traducciones. Después vino la invención de la imprenta que revolucionó el arte de editar libros, multiplicando y popularizando todas las obras del ingenio humano.
En América existen numerosas y buenas bibliotecas, especialmente en los especialmente en los Estados Unidos, nacidas en la mayor parte de las Universidades; algunas poseen modernas instalaciones y otras trabajan en anticuados edificios, pero todas cumplen su elevada misión.

Nuestra biblioteca pública, hoy Biblioteca Nacional de Guatemala, fue fundada en la época de la Reforma por Acuerdo Presidencial de 18 de octubre de 1879. Inició sus labores fundiendo en una sala las bibliotecas de la Sociedad Económica, Escuela Politécnica, Escuela de Artes y Oficios y la de los extinguidos conventos, además de un lote de libros de variada índole, pedido expresamente. Fue su primer director don Dámaso Micheo y entre el grupo de persona que la han dirigido vamos a citar dos nombres, porque ya pertenecen  a la historia: el poeta cubano José Joaquín Palma y el doctor Ramón A. Salazar, varones ilustres de grata memoria.

En los tres cuartos de siglo que tiene la creada Biblioteca Nacional, se ha esforzado siempre por llamar su cometido, pese a las limitaciones insuperables de su antiguo local pequeño e inapropiado y a la modestia de su presupuesto para adquirir las obras contemporáneas que el estudioso demanda. Las bibliotecas modernas, ya no son simples y vastos depósitos de libros más o menos ordenados; ahora tienen que ser entidades funcionales, con todo su material clasificado y catalogado para servir en el menor tiempo posible. La biblioteca moderna debe llenar a cabalidad dos funciones esenciales: la primera, netamente popular, consiste en llevar el libro hasta el lector; en crear un ambiente propicio para que el visitante ocasional se convierta en visitante asiduo; la segunda; se relaciona con el erudito que llega a verificar fechas o comprobar datos; a estos se les debe prestar facilidades y ayudar eficaz, interesándose en sus investigaciones y sugiriéndoles nuevas y quizá mejores fuentes de información.

La función de la biblioteca como servicio gratuito tiene que ser cada día más amplia y específica a la par, no basta con proporcionar el libro solicitado, debe inquirirse qué desea, qué busca para orientarlo y darle las obras que mayor utilidad le presten.

Tengo entendido que el principal fondo atesorado por la Biblioteca Nacional lo constituyen las secciones “JOSÉ TORIBIO MEDINA”, que contienen la mayoría de las obras enumeradas por el famoso bibliógrafo chileno en su libro “Historia de la imprenta en Guatemala” 1660 – 1821 y otras no mencionadas en este texto. También debe señalarse la sección “J. GILBERTO VALENZUELA”, que además de las obras citadas en su libro “La imprenta en Guatemala”, contiene la bibliografía de este acucioso compatriota, en la cual sale una rica colección de impresos raros, hojas sueltas y periódicas ocasionales. De las bibliotecas de las extintas órdenes monásticas, queda una sección de obras antiguas impresas en pergamino, donde puede que haya uno que otro incunable.

A todo esto, que podemos llamar el capital de la biblioteca, debe agregarse la producción de autores nacionales, la cual ha de figurar en secciones de hemeroteca nacional.

Una de las ventajas de esta obra edificada con los más sanos propósitos, cuyas dimensiones, distribución de locales y costo reseñamos por aparte, consiste en su ubicación en el propio centro de la ciudad. El libro viene en busca del lector. La vieja plaza colonial de inconfundible estilo español, en torno de la cual se ha erguido siempre: el Palacio del Gobierno, la Catedral, la Casa del Ayuntamiento, el Cuartel militar y el Portal del Comercio, tiene un nuevo elemento, que representa el espíritu de la época: la Biblioteca Pública.

Entre las numerosas y valiosas obras que el Gobierno de la República ha construido y puesto al servicio del pueblo – y entre ellas hay magníficos edificios para escuelas y hospitales – ninguna reúne en grado tan alto contenido cultural de esta Biblioteca, llamada por su propia e intrínseca condición a realizar una fecunda labor de divulgación científica. Aquí en estos salones, han de congregarse estudiantes e todos las disciplinas, hombres de los más diversos sectores sociales, ignorantes  y doctos, para buscar en las páginas de los libros la respuesta a sus interrogaciones.

Pocas veces en el desempeño de mi cargo, he sentido una emoción tan honda y legítima como la que hoy me embarga al hacer entrega de las llaves y agradecer al señor presidente su solemne declaración de estar inaugurando el monumental edificio de la nueva Biblioteca Nacional de Guatemala.

(Es doloroso que el hombre más devoto de la cultura popular y más empeñado en la terminación de este centro de estudios e investigaciones, no se halle presente físicamente en este acto, pero, espiritualmente está con nosotros: preside y entrega la Biblioteca para el pueblo de hoy y mañana).

Señores: considero que la forma más apropiada y convincente de celebrar el glorioso aniversario de nuestra Independencia, es darse al pueblo en obras de progreso y beneficio social.

El gobierno estima y yo siento personal complacencia de expresarlo, aprovechando esta efemérides cívica, que está indiscutiblemente justo, agradecer en este momento trascendental a los señores ingenieros y a los trabajadores que con su esfuerzo y entusiasmo hicieron posible la material realización de este tempo que dignificará a los maestros del pensamiento humano.



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